Aquí van varias situaciones que por las películas hemos creído que eran habituales, y que sin embargo son más de mentira que un duro de madera.
Lo malo de ver películas es que, cuando se acaban, te llevas un chasco. La gente no vuela, las chicas guapas no se enamoran casi nunca del chico sensible e inteligente (y más bien tirando a trinquitilla, feúcho y con acné) y, por mucho que quieras, es improbable que puedas salvar el mundo en solitario haciendo uso de tus habilidades informáticas, un poco de hilo dental, un teléfono y muchas peripecias con explosiones, fugas y saltos desde aviones. Acabaremos todos como el Quijote, que de tanto ver películas escandalosamente irreales creeremos que podemos asesinar a sangre fría en un salón lleno de gente, saltar desde un avión, viajar dos sistemas solares más allá o ligar con Scarlett Johansson o su equivalente. Las películas, por si no había quedado claro, son MENTIRA, y de tanta mentira que contienen, muchas cosas sólo pueden pasar ahí. Porque una escena típica de Ingmar Bergman, bueno, eso pasa hasta en las mejores familias, pero una escena típica de Jungla de Cristal no. Pero antes de ponernos como un ministro del PP y pedir que prohíban el cine, lo mejor es señalar con dedo acusador todas esas patrañas que el cine nos ha hecho creer que eran científica y socialmente posibles, y que resulta que no, que no pueden ser.
- 1. Dormir a la gente con cloroformo
Una escena común en muchas películas de misterio es el típico acto de dormir a una persona que estorba al espía, allanador de moradas, asesino o héroe intruso a la caza de pruebas, con un pañuelo empapado en cloroformo (existe otra variante, que es la de dormir a los perros con dos chuletones inyectados con somnífero). Pero, ¿es posible mojar un trocito de tela con éter o cualquier otra sustancia anestésica, y dormir a alguien en cuestión de segundos? Primero hay que saber (gracias, clases de química del COU) que el cloroformo empieza a perder su eficacia cuando se mezcla con el oxígeno). En segundo lugar, hay que calcular bien la dosis: con una gotita, como quien escancia Chanel en un terso cuello femenino, no se tumba a un gigantón de dos metros. Y en caso de calcular bien la dosis, luego está el tiempo: en diez segundos no lo vamos a dormir, quizá en diez minutos sí. Conclusión: mejor llevarse un martillo.
Una de mis escenas favoritas de TODA la historia del cine es la última de The Game, cuando Michael Douglas se tira por la azotea y cae pisos y pisos atravesando incluso un abreluz de cristal (no diremos lo que pasa luego). Atravesar cristales es un clásico de las películas de acción, lo tenemos en Matrix y en miles de películas en las que salen Schwarzenegger y tanques de dimensiones parecidas, pero cuidado: en la vida real, si atraviesas un cristal a toda velocidad lo más probable es que éste se rompa, pero olvídate de no recibir ni un solo rasguño. En las películas la gente se levanta como si nada. En la vida real, perderías más sangre que un diestro en San Isidro.
Parece facilísimo que un coche explote como si nada. Sólo hay que conseguir agujerear el depósito de gasolina, encender una cerilla y esperar a que el fuego llegue hasta el tanque, aquello haga una combustión a lo bestia y el coche salte varios metros por encima del nivel del mar, como el que se llevó a Carrero Blanco. Pero es que en el cine los coches explotan incluso después de rozarse en una persecución en plena autopista, tras chocar contra un poste o porque al director le da la real gana. Y ahora la cruda realidad: ¿cuántos coches habéis visto explotar? Arder muchos, que ya sabemos que el 1 de mayo os vais de manifa por los sitios, pero ¿volar por los aires? En realidad, la gasolina es muy poco explosiva. Provocará que el coche se incendie, pero no que provoque una detonación. Para eso se necesita amonal, goma-2, trilita y cosas así.
- 4. Curación de la amnesia
Quien dice recuperar la memoria dice también salir de un coma: en las películas, joder, sólo basta que venga un hipnotista, la novia del protagonista o una intervención divina para que el personaje que había estado dos horas amnésico de repente recuerde hasta la lista de los reyes godos. Diez años en coma y, en el momento decisivo, zas, el tipo se levanta y empieza a hablar por los descosidos como si fuera Mila Ximénez en Sálvame. Ahora id a hablar con un neurólogo a ver qué os dice. Para recuperar la memoria tras un golpe hace falta que el cerebro se recupere naturalmente, y eso lleva tiempo. Con otro golpe nunca se va a provocar ese efecto, sino el contrario al deseado: otro hematoma, otro daño en el cerebro. Igual no se puede levantar el brazo, o algo así.
Las películas nos han hecho creer que las balas son el artilugio más mortífero que existe, y que el simple impacto de un disparo en el cuerpo es causa inmediata de a) un salto acrobático por los aires causado por la fuerza cinética del arma de fuego y b) la muerte inexorable. Pero a menos que la bala impacte en el único lugar del cuerpo que resulta fatal en el primer momento (la base del cuello o la cabeza, si la bala perfora limpiamente el cerebro), uno no se muere al momento. Esto es algo que algunas películas y series han reflejado con realismo, así que no seamos injustos. En Reservoir Dogs, el personaje del Señor Naranja recibe un disparo en el abdomen y tarda tiempo en perder el conocimiento y morir, aunque sí se hace notar que la pérdida de sangre es abundante y el dolor insoportable. Y en el tercer episodio de la última temporada de Sherlock también vemos cómo se puede sobrevivir a un disparo en el pecho: no es la bala la que mata, sino el shock y la primera pérdida de sangre, si no se sabe controlar. Y es a partir de entonces cuando se tienen unos cinco o siete minutos —lo que debe tardar una ambulancia en llegar—para sobrevivir. La muerte es probable, pero mire usted, no INEVITABLE.
Eso de que los silenciadores evitan completamente cualquier emisión de sonido de las armas de fuego es una tontería muy grande. Incluso en las películas nos engañan, porque parece que nadie escucha el disparo (sobre todo si hay gente alrededor; si se hace en un descampado, en un callejón o un piso particular nos da igual) y el responsable de efectos de sonido siempre añade un “hissss” o un “thumppppp”, es decir, el sonido de la bala vibrando en el aire gracias a su emisión a alta velocidad. Es cierto que el silenciador se come toda la parte estruendosa de la detonación, y el eco fuerte, pero eso de que no hace ruido ha sido la causa de que muchos asesinos a sueldo mal documentados hayan hecho el más profundo de los ridículos al intentar llevarse por delante a un espía de una embajada o a un marido adúltero en un bar. Si de verdad no quieres hacer ruido, llévate una navaja albaceteña.
- 7. Las escenas del crimen contaminadas
A menos que estemos hablando de malos profesionales, los policías no se comportan en la vida real como si estuvieran en una película de Tarantino o un capítulo de C.S.I. Eso de llegar a una escena del crimen, decir ‘uy cuanta sangre’, llamar a la central e irse al bar a esperar no existe nada más que en la ficción. En la realidad, cualquier agente que penetra en una escena del crimen forma parte inmediatamente de la misma —como intrusión involuntaria, pero con consecuencias a efectos forenses—, y no puede salir de ahí hasta que no lleguen los expertos en documentar pruebas, encontrar huellas dactilares y determinar si las manchas de sangre son congruentes con la posición del cadáver y el supuesto origen del ataque. Siempre hay malos profesionales al estilo Torrente, pero no demos coba al estereotipo de que cualquier escena del crimen es como el Primavera Sound a las cuatro de la noche, porque NO.
Eso de hackear un ordenador en un momento, como quien llama por teléfono para encargar una pizza, y obtener información valiosísima sin esfuerzo tampoco es cierto. Para irrumpir en un ordenador ajeno antes hay que dar muchos pasos complejos, como puede explicar cualquier experto en informática. Hay que cambiar códigos, examinar datos, intentar, depurar, etcétera, y sólo tras un largo y arduo camino picando piedra igual se puede acceder a la memoria de la computadora de un sospechoso.
- 9. Ahogarse con muchos aspavientos
Pongamos por caso que un personaje que ha caído al mar o a un río desde una altura elevada. Está en plena desembocadura del Hudson, el agua está picada, llueve y hace frío, y esta persona empieza a ahogarse de manera muy dramática, agitando los brazos, pidiendo ayuda, chilla a la vez que traga agua. Y finalmente llega una patrulla de socorro, se le salva y todos felices. Pero rescatar a alguien que se ahoga no es tan fácil, por los siguientes motivos: 1. es difícil gritar y pedir ayuda cuando estás tragando agua salada; 2. por tanto, la gente se ahoga en silencio; 3. tampoco se hace ruido con los brazos, porque lo que intenta una persona que se ahoga es salir (estando dentro), así que en realidad no se sale lo suficiente fuera de la superficie del agua como para que se le vea. Básicamente, si te estás ahogando, lo más probable es que la palmes. No hay apenas milagros.
- 10. Hacer una lápida en una hora
Que nadie se crea que las funerarias son empresas de fast food. No es que alguien se muera, se encargue una lápida bonita, y al cabo de unas horas, como quien encarga muebles a Ikea, ya la tiene en casa, presta y dispuesta para el funeral. Esto sí ocurre con las coronas y los ramos de flores, pero no con el mármol. En las películas solemos ver entierros pomposos con unas lápidas monumentales, pero en la realidad, estas partes de las tumbas llegan más tarde, al cabo de unos días, porque hay que dar tiempo a que se hagan con primor. El único grabado en placa que nos suena hecho al instante es el de la Copa de Europa, justo después de que acabe el partido.